Nicols Guilln — PEQUEÑA ODA A UN NEGRO BOXEADOR CUBANO

Tus guantes puestos en la punta de tu cuerpo de ardilla, y el punch de tu sonrisa. El Norte es fiero y rudo, boxeador. Ese mismo Broadway, que en actitud de vena se desangra para chillar junto a los rings en que tú saltas como un moderno mono elástico, sin el resorte de las sogas, ni los almohadones del clinch; ese mismo Broadway que unta de asombro su boca de melón ante tus puños explosivos y tus actuales zapatos de charol; ese mismo Broadway, es el que estira su hocico con una enorme lengua húmeda, para lamer glotonamente toda la sangre de nuestro cañaveral. De seguro que tú no vivirás al tanto de ciertas cosas nuestras, ni de ciertas cosas de allá, porque el training es duro y el músculo traidor, y hay que estar hecho un toro, como dices alegremente, para que el golpe duela más. Tu inglés, un poco más precario que tu endeble español, sólo te ha de servir para entender sobre la lona cuánto en su verde slang mascan las mandlbulas de los que tú derrumbas jab a jab. En realidad acaso no necesitas otra cosa, porque como seguramente pensarás, ya tienes tu lugar. Es bueno, al fin y al cabo, hallar un punching bag, eliminar la grasa bajo el sol, saltar, sudar, nadar, y de la suiza al shadow boxing, de la ducha al comedor, salir pulido, fino, fuerte como un bastón recién labrado con agresividades de black jack. Y ahora que Europa se desnuda para tostar su came al sol y busca en Harlem y en La Habana jazz y son, lucirse negro mientras aplaude el bulevar, y frente a la envidia de los blancos hablar en negro de verdad.


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